sábado, 27 de septiembre de 2008

Napoleón

Jacques Louis David (1748-1825)

Silencio impuso, y le escuchó la Europa;
habló, y su voz fue estruendo de cañones;
marchó, y de sus infantes y bridones
cubrió la tierra innumerable tropa.

Lánzase, nuevo Atila que galopa
sobre cetros y ruinas de naciones,
y es su lecho, en mitad de sus legiones,
la púrpura imperial con que se arropa.

Su madre fue la expiación: su cuna
la mecieron humanas tempestades:
la gloria amó; casó con la fortuna:

No tuvo origen ni dejó heredero…
Vino al mundo a marcarle dos edades…
¡Su nombre pertenece al orbe entero!


Antonio Ros de Olano (1808-1886)


viernes, 12 de septiembre de 2008

Apoyas la mano

George Goodwin Kilburne (1839-1924)

Apoyas la mano
en un árbol. Las hormigas
tropiezan con ella y de detienen,
dan la vuelta, vacilan.
Es dulce tu mano. La corteza
del abedul también es dulce: dulcísimo.

Una agridulce plata otoñal sube
desde su raíz honda hasta ti misma.
Mojada por la luz sucia y filtrada,
peinada fríamente por la brisa,
te estás quedando así: cada momento
más sola, más pura, más concisa.

Ángel González (1925-2008)

sábado, 6 de septiembre de 2008

El gaitero de Gijón

José Fernández Cuevas (1844-1924)

I

Ya se está el baile arreglando.
Y el gaitero, ¿dónde está?
-Está a su madre enterrando,
pero enseguida vendrá.
-Y ¿vendrá? –Pues ¿qué ha de hacer?
Cumpliendo con su deber
vedle con la gaita…; pero
¡cómo traerá el corazón
el gaitero,
el gaitero de Gijón!

II

¡Pobre! Al pensar que en su casa
toda dicha se ha perdido,
un llanto oculto le abrasa,
que es cual plomo derretido.
Mas, como ganan sus manos
el pan para sus hermanos,
en gracia del panadero
toca con resignación
el gaitero,
el gaitero de Gijón.

III

No vio una madre más bella
la nación del sol poniente…;
pero ya una losa de ella
le separa eternamente.
¡Gime y toca! ¡Horror sublime!
Mas, cuando entre dientes gime,
no bala como un cordero,
pues ruge como un león
el gaitero,
el gaitero de Gijón.

IV

La niña más bailadora,
-¡Aprisa! –le dice-, ¡aprisa!
Y el gaitero sopla y llora,
poniendo cara de risa.
Y al mirar que de esta suerte
llora a un tiempo y los divierte,
¡silban, como Zoilo a Homero,
algunos sin compasión,
al gaitero,
al gaitero de Gijón!

V

Dice él triste en su agonía,
entre soplar y soplar:
-¡Madre mía, madre mía!,
¡cómo alivia el suspirar!-
Y es que en sus entrañas zumba
la voz que apagó la tumba;
¡voz que, pese al mundo entero,
siempre la oirá el corazón
del gaitero,
del gaitero de Gijón!

VI

Decid, lectoras, conmigo:
¡Cuánto gaitero hay así!
¿Preguntáis por quién lo digo?
Por vos lo digo, y por mí.
¿No veis que al hacer, lectoras,
doloras y más doloras,
mientras yo de pena muero,
vos la recitáis al son
del gaitero,
del gaitero de Gijón?...


Ramón de Campoamor (1817-1901)