domingo, 28 de febrero de 2010

Con tacones altos

David Shterenberg (1881-1948)

Y yo llevaba un gorro
muy moderno. Parecía
una extraña cazuela.
Unos tacones leves y muy altos.
Un abrigo atrevido.
Unos guantes y un bolso de color avellana.
Los labios y los ojos pintarrajeados.
No debía de ir mal.

Las mujeres
volvían la cabeza
para mirar la hechura del abrigo.
Los hombres….

Pero yo,
bajo la piel y aquella vestidura de comparsa,
llevaba otro ropaje de un tejido muy denso. Era de angustia.

Y añoré
mi pelo suelto, mis zapatos bajos,
mi abrigo deportivo,
mi tez morena, solamente al agua.

Tú me veías, Dios. Y cómo hablamos.
Yo te decía
que estaba muy ridícula con todo aquello.
Tú dijiste que si.
Y compartiste
el tan amargo leve movimiento
de mis labios oblicuos.


María Elvira Lacaci (1928-1997)


domingo, 21 de febrero de 2010

Hoy no puedo morirme

Evelyn de Morgan (1855-1919)


Hoy no puedo morirme.
Lo siento, mas no tengo
tiempo para perderlo con tus pequeñas cosas.
He dejado inconclusas
mil emociones nuevas que no admiten demora,
ilusiones tardías que buscan en el alma
rincones donde asirse,
recuerdos que he logrado
rescatar ayer mismo de la esquiva memoria.
Aún debo mis disculpas
a varios conocidos a los que sin quererlo
herí con la torpeza de mi arrogancia altiva,
con el gesto iracundo
o la injusta palabra.
Aún debo aclarar cosas que a menudo me inquietan,
como si Dios existe
o la verdad es eterna,
si fue feliz mi vida, si mereció la pena
tribulaciones, llantos,
tanta renuncia expresa que atrás fuimos dejando.
¡Que no puedo morirme!
¡Me da igual si te empeñas!, tengo fechas pendientes.
Quiero ver como un día trepa la verde hiedra
que sembré la otra tarde a la sombra del patio.
Quiero saber si el nido del árbol de la plaza
que despobló el invierno,
se llena de gorriones allá por primavera.
Y tengo que decirle a mi mujer te quiero
más de doscientas veces,
todas las que el silencio de una manera absurda
me congeló en los labios;
y decirle a mis hijos
que es el amor quien dicta cada paso que he dado,
y saberlos felices en un mundo que luce
fanal de desencantos.
Tengo varios poemas a falta de unos versos,
un corazón que siente,
una mente que piensa,
y unos viejos oídos que esperan derretirse
cuando oigan la dulzura de la palabra abuelo.
Así que ya ves, muerte, no es el mejor momento.
Marcha y vuelve otro día,
cuando pase algún tiempo,
cuando me sienta inútil
y tenga el alma toda repleta de silencios.

Mario Martínez (1949 - )